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Toma de posiciones y construcción de partido

“No es suficiente contar con una espada, tiene que tener filo; no es suficiente el filo: hay que saber usarla.”

Trotsky

“La revolución se produce cuando no queda ya otro camino. La insurrección, elevándose por encima de la revolución como una cresta en la cadena montañosa de los acontecimientos, no puede ser provocada artificialmente, lo mismo que la revolución en su conjunto. Las masas atacan y retroceden antes de decidirse a dar el último asalto”.

Trotsky

El inicio de la guerra de posiciones.

Ya es un acuerdo establecido en la izquierda que entre los años 2006 y 2011 se abre en Chile una nueva fase de la lucha de clases, en donde diversos empeños fragmentados de los trabajadores y demás sectores del pueblo irrumpen en la escena política tensando las estructuras estatales y de la sociedad civil colocando una serie de sentidas demandas en la opinión pública, demandas que nacen de más de 30 años de restauración capitalista.

En otro lugar, dijimos que este proceso obligaría  las clases dominantes a entrar en un proceso que haga del actual consenso pasivo uno activo[1]. La “Nueva Mayoría”, con todo lo que tiene de continuidad, expresa esos intentos. La entrada abierta del PC al pacto al bloque de partidos burguesas, buscando realizar su política de alianzas de clases, esperando la apertura institucional, marca también una variación importante en el contexto de las fuerzas de izquierda y de la emergente clase trabajadora. Este viraje dejó el espacio para que nuevos sectores empezaran a ocupar el lugar dejado por el PC, entrando en una fase de reconfiguración de las apuestas reformistas que si bien se componen de un contenido democrático más radical que el PC, tienen como base programática la colaboración de clase. Estas tendencias parecen comprensibles en un contexto de rearme del movimiento popular, donde poco a poco el campo político se diversifica y emergen en su seno las diferentes tendencias propias del “partido del trabajo” que busca su camino independiente. En otras palabras, junto con la emergencia de la lucha de masas empieza una dura lucha de configuración de su dirección.

Actualmente, este proceso se dirime en cómo las diferentes fuerzas de izquierda (minoritarias y fragmentadas) enfrentan esta nueva fase de la lucha de clases. Para algunos, esta fase se denomina “ruptura democrática” o bien “transformaciones con contenido democrático”, pero parece haber un acuerdo que el proceso tendrá como elemento gravitante las demandas de carácter democratizantes y redistributivas en un contexto donde las masas buscarán igualarse como sujetos de derecho dentro del imaginario burgués pero, de seguro, con métodos y propuestas que sobrepasaran tales aspiraciones, lo que abre el espacio para que los sectores avanzados de la clase trabajadora (hoy expresado en el movimiento estudiantil y algunas franjas de los trabajadores de los sectores estratégicos de la economía), orientados por la izquierda revolucionaria, busquen salidas que vayan más allá de los límites impuestos por Estado burgués, disputando diversos espacios de la sociedad civil. En ese sentido, el proceso abierto será de una alta complejidad, donde el nuevo reformismo intentará encausar estas energías contra los llamados cerrojos institucionales buscando espacios permanentes de integración y el equilibrio institucional que le es histórico por medio de nuevos consensos entre las clases, mientras que por otro lado, la acción directa de masas (que se ha sido la forma más común de enfrentamiento entre las clases hoy  de seguro será el método más utilizado, al no existir los contenedores institucionales) facilitará que los trabajadores y demás sectores empiecen a configurar su conciencia, expresada en organizaciones con mayor o menor desarrollo programático, en tensión permanente con la institucionalidad burguesa, buscando espacios cada vez mayores en la sociedad civil y que le permitan configurarse como sujeto político, como clase, pero, en tanto no logre definir una estrategia de poder, tenderá a poner la mirada en la institucionalidad burguesa. En otras palabras, es probable que entremos en un ciclo donde el movimiento popular tenga un marcado carácter fáustico, una doble alma recorrerá su actividad y el desarrollo de una u otra tendencia tendrá relación con sus direcciones y de cómo sean capaces de orientar la lucha. Es decir, en este complejo marco, el rol del partido –también en desarrollo, en consonancia con los procesos de masas- se vuelve crucial desde el primer día del proceso de rearme de los trabajadores, más si este proceso será caracterizado como uno de guerra de posiciones.

Como dice Gramsci, “no se puede escoger la forma de guerra que se desea, a menos de tener súbitamente una superioridad abrumadora sobre el enemigo”[2] Hoy, claramente, la izquierda revolucionaria no está en condiciones de imponer el campo de batalla, por lo que es fundamental partir desde un análisis realista, entendiendo que en gran medida las fuerzas populares emergentes sobrepasarán con creces a los diversos agrupamientos políticos, que el proceso que se abre es de múltiples ensayos y errores, de tanteos programáticos y apuestas diversas, profundamente cacofónico, por lo que la clave estará puesta en qué posiciones de la sociedad civil serán claves para el desarrollo de un polo revolucionaria capaz de llevar a los trabajadores a la toma del poder.  Por lo tanto, es más que urgente  “estudiar con “profundidad” cuáles son los elementos de la sociedad civil que corresponden a los sistemas de defensa en la guerra de posición”[3]. Sólo esa claridad nos permitirá discernir entre el desarrollo de fuerza revolucionaria y la domesticación reformista, entre las tareas de los revolucionarios y del reformismo. De ahí, nuevamente, la importancia de entender el actual periodo como uno de guerra de posiciones.

Según el sardo, “la guerra de posición, en efecto, no está constituida sólo por las trincheras propiamente dichas, sino por todo el sistema organizativo e industrial del territorio que está ubicado a espaldas del ejército: y ella es impuesta sobre todo por el tiro rápido de los cañones, por las ametralladoras, los fusiles, la concentración de las armas en un determinado punto y además por la abundancia del reabastecimiento que permite sustituir en forma rápida el material perdido luego de un avance o de un retroceso”[4]. En otras palabras, Gramsci distingue a la guerra de posiciones de la de movimiento en que la primera implica un proceso de acumulación de fuerzas importante donde la clave está en la capacidad de movilizar amplios contingentes, donde los recursos son más abundantes y permiten sostener una guerra de más largo aliento, lo que implica no sólo condiciones materiales, sino morales e intelectuales. De ahí su énfasis en el rol del partido y la acumulación de fuerzas. Pero es el partido el que adquiere vital importancia, ya que este opera como guía o reformador moral e intelectual, permite sostener la mirada en el tiempo e infundir ánimo y confianza en las masas las que se deberán ver dispuestas a dar duros y largos combates. El partido en Gramsci es clave, ya que es la única herramienta precisa e insustituible para disputar en sociedades “complejas” la dirección de la burguesía. La lectura inversa sería la de estrategias como la foquista, donde se trata de crear condiciones subjetivas a partir de una serie de golpes rápidos al enemigo, desmoralización y forzar una rápida entrada a una crisis sistémica que facilite la desarticulación de los aparato de poder estatal y de pie a la toma del poder. De ahí sus énfasis en lo militar más que en lo político, etc.

Recogiendo lo señalado por Trotsky en el epígrafe que citamos, la guerra de posiciones coloca más énfasis en la articulación, en “la cadena montañosa de acontecimientos”, ahí donde se debe atender el importante peso “orgánico” de la metáfora, en la preparación de las condiciones del asalto y entiende que este no será un solo momento, sino una serie de intentonas, de momentos parciales, de toma de posiciones. Un proceso donde  “las masas atacan y retroceden antes de decidirse a dar el último asalto”[5].

La emergencia de grandes contingentes humanos, la red de una compleja sociedad civil donde las organizaciones de masas son permanentes y se ven constantemente asechadas por la influencia ideológica de la burguesía –pero ahí donde lo ideológico involucra una serie de prácticas sociales concretas-, al mismo tiempo que su complejidad dificulta los movimientos rápidos, implica comprender que el del rol del partido algo insustituible y que su construcción es una tarea tan necesaria y actual como la del movimiento de masas. Es  más, es inconcebible un movimiento de masas en desarrollo si esto no implica la construcción simultánea de un campo político. Cada uno refiere, necesariamente al otro y son dos aspectos de un mismo proceso.

La necesidad de los partidos en las “sociedades occidentales”

La caracterización hecha por Gramsci, que lo lleva a plantear la importancia del rol del partido, no es arbitraria, sino que obedece a un diagnóstico realizado a partir del fracaso de la revolución en “occidente” y las transformaciones del capitalismo[6]. Caracterizando las sociedades que llama “occidentales”, contrapuestas a las de carácter “oriental”, señala que la sociedad civil “se ha convertido en una estructura muy compleja y resistente a las “irrupciones” catastróficas del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etc.): las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras en la guerra moderna. Así como en éste ocurría que un encarnizado ataque de la artillería parecía destruir todo el sistema defensivo adversario, cuando en realidad sólo había destruido la superficie exterior y en el momento del ataque y del avance los asaltantes se encontraron frente a una línea defensiva todavía eficiente, lo mismo ocurre en la política durante las grandes crisis económicas”[7]. Para Gramsci, “entre estado y sociedad civil existía una justa relación y bajo el temblor del estado se evidenciaba una robusta estructura de la sociedad civil. El estado sólo era una trinchera avanzada, detrás de la cual existía una robusta cadena de fortalezas y casamatas; en mayor o menor medida de un estado a otro, se entiende, pero esto precisamente exigía un reconocimiento de carácter nacional”[8]. De ahí que sea enfático en que los trabajadores deben ser Estado incluso antes de la toma del poder y deben contar con amplios contingentes humanos que movilizar pero, más aún, deben ser sectores que comprendan tanto la necesidad de la lucha como su complejidad. En otras palabras, la guerra de posiciones supone un complejo proceso de aprendizaje de las masas tal como de sus referentes políticos.

En chile, la crisis asiática de fines de los 90s, así como el impacto de la crisis actual el 2007, mostraron esta fortaleza “subjetiva”, si se quiere, del modelo neoliberal. Este ataque de artillería, propiciado por el propio capitalismo, patentizó la importancia del factor subjetivo que no es otro que la organización de trabajadores, su articulación como clase y que comprende los empeños políticos. El gran legado de la dictadura no ha sido solamente “el modelo” sino el profundo impacto que tuvo el aniquilamiento de las fuerzas de los trabajadores. Las crisis por si solas no se traducen mecánicamente en crisis revolucionaria, solo aceleran tendencias y procesos, lo que implica que, por ejemplo, en una situación de “baja densidad orgánica”, la artillería descargada puede destruir posiciones de los mismo trabajadores, llevándolos, como pasó en Europa, al fascismo o simplemente a la inmovilidad.  “Los efectos políticos de una crisis, señala Trotsky, (no sólo la extensión de su influencia sino también su dirección) están determinados por el conjunto de la situación política existente y por aquellos acontecimientos que preceden y acompañan la crisis, especialmente las batallas, los éxitos o fracasos de la propia clase trabajadora, anteriores a la crisis. Bajo un conjunto de condiciones la crisis puede dar un poderoso impulso a la actividad revolucionaria de las masas trabajadoras; bajo un conjunto distinto de circunstancias puede paralizar completamente la ofensiva del proletariado y, en caso de que la crisis dure demasiado y los trabajadores sufran demasiadas pérdidas, podría debilitar extremadamente, no sólo el potencial ofensivo sino también el defensivo de la clase”[9]. Por lo tanto, nada de lecturas automáticas, nada mecanicismos ni efectos necesarios a causas determinadas. La lucha de clases está siempre abierta, no a cualquier cosa, obviamente, sino a potencialidades y tendencias. La habilidad de la política revolucionaria es determinar en el plano objetivo tales tendencias y desarrollarlas con una policía correcta y que ponga por delante el principio fundamental de la policía revolucionaria de los trabajadores: la “autoactividad” de masas, su organización independiente como clase. Esa debe ser la política central de todo partido revolucionario, más aún cuando nos situamos en sociedades que se caracterizan por haber profundizado estos mecanismos de dominación y, más importante aún, se han desarrollado todas las tareas democrático-burguesas. Esto también lo tenía claro Trotsky que, al igual que Gramsci, considera como clave el rol del partido en este proceso. Para el ruso, “No considerar el papel del partido es caer en el objetivismo pseudo-marxista que supone alguna especie de preparación automática y pura de la revolución, por lo que posponen la revolución a un futuro indefinido. Tal automatismo es ajeno a nosotros”[10]. Esta idea de “posponer la revolución” no es sino el sinónimo de dejar las tareas socialistas para mañana y no comprender su actualidad, es decir, el “tratar cada cuestión del día individual en el contexto concreto de la realidad sociohistórica, considerarla como factor de la emancipación del proletariado”[11].  De ahí que la idea de “acumulación de fuerzas” en el contexto de la guerra de posiciones no es sólo un factor cuantitativo, sino que nos obliga a pensar su desarrollo en función de lo subjetivo. Más aún, si consideramos que los procesos de ajustes neoliberales (que no es sino el resumen de la contrarrevolución-restauración burguesa ante la crisis del capitalismo a mediados y fines de los setentas) si bien han conservado y radicalizado ciertas tendencias objetivas de la crisis capitalistas (que ya se extiende por más de cinco años) ha sido caracterizado como una gran ofensiva burguesa que se ha concentrado en la desarticulación y destrucción subjetiva de los trabajadores, lo que hoy se traduce en uno de los pilares fundamentales en la contención y sobrevivencia del régimen.

Por lo tanto, lo que se ha llamado “ruptura democrática”, “disputa democrática” o “transformaciones con contenidos democráticos” se debe comprender como un proceso de acumulación de fuerzas (objetiva y subjetiva) que, entrando en el campo de batalla de “las luchas democráticas” tiene como fin último el desarrollo del factor subjetivo que permita a los sectores populares entrar en una nueva fase de enfrentamiento con las clases enemigas, transformar la actual correlación de fuerzas entre clases, por medio de la amplitud de su marco de maniobra, posibilitado no sólo por la acumulación de fuerza propia, sino de importantes variaciones en las instituciones burguesas. En otras palabras, la acumulación de fuerza se expresa tanto en las nuevas posiciones ganadas al enemigo y el programa que emerja de su desarrollo. Sin embargo, el factor cualitativo de este proceso radica en el “cómo” será el proceso de conquista, cómo rendirá en el desarrollo de la conciencia de clase y que no puede ser sino el desarrollo de una alternativa independiente de los trabajadores, un polo que oriente moral e intelectualmente, que exprese el paso a la lucha ético-política, como dice Gramsci, separado de los demás partidos burgueses o conciliadores de clase. En otras palabras, todo está puesto en el cómo se desarrolla el necesario “espíritu de escisión” que ya hemos mencionado en otro lado[12], y que Gramsci define como “la progresiva conquista de la conciencia de la propia personalidad histórica”, el cual “debe tender a prolongarse de la clase protagonista a las clases aliadas potenciales; todo esto requiere un complejo trabajo ideológico, cuya primera condición es el exacto conocimiento de la materia volcada en su elemento humano”[13]

En otras palabras, el proceso de ruptura democrática se debe comprender como el desarrollo de la hegemonía de la clase trabajadora, la conquista de su subjetividad revolucionaria. Y es que, como señala Pereyra, “la dominación de clase no descansa solamente en los procedimientos coercitivos sino, de manera fundamental, en la dirección cultural y política de la sociedad, en la contaminación ideológica de todo el sistema social. La hegemonía de la burguesía no sólo procede de la refuncionalización que impone del aparato estatal; deriva también de su control sobre el funcionamiento de la sociedad civil. La hegemonía se constituye en virtud del comportamiento gubernamental, del parlamento y el sistema jurídico, etcétera, y también en el espacio formado por sindicatos, partidos, medios de comunicación, centros educativos y culturales, etcétera. En este espacio se sustenta parte considerable de la hegemonía del bloque dominante pero, a la vez, es el espacio abierto a la confrontación social, el “lugar” de la actividad política de los dominados. La homogeneidad de la clase obrera se va logrando mediante las “posiciones” conquistadas en este espacio de la sociedad civil.” Es decir, “lo que Gramsci llama “guerra de posiciones” es el proceso a través del cual el bloque dominado vigoriza su presencia en las instituciones de la sociedad civil, alterando la correlación de fuerzas en el tejido social característico de la formación capitalista”[14]. Pero no se trata de “cualquier posición”, sino de las necesarias para ampliar su capacidad de intervención y restructuración de la correlación de fuerzas entre clase. En otras palabras, qué posiciones son las necesarias, se deriva de una perspectiva estratégica determinada y que se expresa, en última instancia, en el debate y tensiones propias del campo político, compuesto por la diversidad de organizaciones articuladas con ese fin.

 Este proceso de desarrollo hegemónico y que podemos definir como un proceso de escisión al interior de las luchas democráticas y redistributivas, tiene al menos dos elementos que operan vinculados de forma dialéctica. Se trata del desarrollo de las organizaciones de trabajadores y la construcción de referentes políticos que sean  tanto una expresión de la fuerza acumulada, como momento de síntesis y clarificación política, al mismo tiempo que potencian, en su desarrollo programático a los primeros[15] y que, por medio de una serie de procesos, deberían tender a constituir un polo de articulación política, un partido de trabajadores. En otras palabras, se debe construir movimiento de masas y partido, estas son los principales ejes de desarrollo del periodo de “ruptura democrática” y que deben tener como campo de desarrollo las tareas democráticas abiertas por el movimiento popular.

Como revolucionarios, creemos que estos dos problemas se sintetizan en los desafíos de la construcción programática y el desarrollo de la acción directa de masas, uno responde al contenido, que se forja en el desarrollo de la unidad de la izquierda revolucionaria y la otra como la estrategia que debe impulsar estos objetivos al interior del movimiento de masas que se apropian y alimentan el programa. Pero, al mismo tiempo, esto implica pensar la unidad de la izquierda revolucionaria desde la lucha, entendiendo que es de estos procesos de convergencia desde donde es posible que emane un partido de clase obrera, inserto en la lucha de masas y que contenga a sus cuadros más decididos. Por lo tanto, programa, política de alianzas y construcción de partido son tres ejes vitales a desarrollar en el actual periodo y serán los objetos de los próximos artículos.


[1] Benoit, V. Fisuras en la hegemonía y disputa democrática, en http://www.perspectivadiagonal.org/fisuras-en-la-hegemonia-y-disputa-democratica/

[2] Gramsci, A. Escritos políticos (1917-1933), Siglo XXI,  p. 337

[3] Op. Cit. 338

[4] Op. Cit. p. 337

[5] Trotsky, L. Historia de la revolución rusa, ediciones RyR, p. 807.

[6] Ver especialmente los textos sobre “Americanismo y fordismo” en, Gramsci, A. Cuadernos de la Cárcel, T. 6 p. 59 y sgts.

[7] Gramsci, A. Escritos…, p. 338

[8] Op. Cit. p 340

[10] Trotsky, L. Report on the Communist International (December 1922)  https://www.marxists.org/archive/trotsky/1922/12/comintern.htm, la traducción es mía.

[11] Lukacs, Lenin-Marx, editorial Gorla,  p.35

[12] Benoit, V. Multisectorialiad y hegemonía: a propósito de la centralidad de la clase trabajadora, en http://www.perspectivadiagonal.org/multisectorialidad-y-hegemonia-a-proposito-de-la-centralidad-de-la-clase-trabajadora/

[13] Gramsci, A. Pasado y Presente, p. 220. Citado en Campione, D. Algunos términos utilizados por Gramsci, p. 7.

[14] Pereyra, C. “Gramsci: Estado y sociedad civil, cuadernos políticos n° 21 México, D.F., editorial Era, julio-septiembre de 1979, pp. 66-74

[15] Como dice Marx, se trata de decir por qué luchan.

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Escrito por Vladimir Benoit