Primarias y luchas venideras: Toda la carne a la parrilla

La recta final

El fin de semana fuimos testigos del primer ensayo democrático formal del Nuevo Chile en el que parecemos vivir. La idea de cambio se ha instalado como discurso oficial producto de lo acontecido en los últimos 3 años. Sin embargo la realidad objetiva parece más inamovible que nunca. La estructura económica permanece intacta y salvo por una inusitada libertad de prensa, la estructura política también. Pruebe de esto es que los números de las elecciones primarias coinciden con todos los datos previos con una precisión que espanta. La mitad de los 3 millones de votos que obtuvo Bachelet el 2005, son los que hoy obtuvo a través de su pacto Nueva Mayoría en las elecciones primarias del domingo. Es de asumir que con solo la mitad del espectro de votos que obtuvo Velasco, Sebastián Piñera triunfó en la elección siguiente. Lo que aún no toman en cuenta los delirantes analistas es que esos 3 millones constituyen un techo y no un piso de votación; la gráfica es a la baja, en ningún caso al alza. Si algo hemos impuesto, como movimiento social, en la realidad del Chile de hoy, es que movilizar es vencer. Esto explica la “alta participación”, el hecho de que todas las fuerzas vivas quieran participar, quieran opinar, quieran ser escuchados y sentirse “parte de”, saliendo a participar en el mínimo acto de democracia que les ha sido concedido. Así, todo el “bacheletismo” –red clientelar que no cabe aquí analizar- ha salido a votar este fin de semana. De los dos millones de votos que obtuvieron en las primarias, la concertación debe todavía sumar 1 millón más, ¿de dónde? El espacio de maniobra no es mucho. El único “triunfo” de este sector ha sido dado por la ineptitud de su rival más inmediato, la derecha, que nunca entendió para qué servía una primaria: Diferenciarse y potenciarse; son las dos tareas estratégicas de tal proceso eleccionario. Allamand se confundió al volver a disputar su “base electoral” en vez de avanzar más hacia el centro independiente. Después de la primaria podía ir a buscar esa base con la ayuda de su contendor, pero no al final ni menos en la franja; una campaña “bi” que pagó carísimo sus errores. Pero lo que queda de esa tragedia no lo puede recoger Bachelet. El electorado huérfano tiene otros candidatos independientes a los que acudir, tan independiente o de derecha liberal como los que quedaron en el camino. Es más, el “giro hacia la izquierda” de Bachelet está sustentado en la cooptación de demandas que no le son propias y que los expropiados amenazan hoy con levantar por sí mismos. Por allí también se abrirán los fuegos, y más tarde que temprano, es decir muy a destiempo, se arrepentirán de haber tirado toda la carne a la parrilla en su primer round.

 Lo que tenemos hoy

Pocos podrían poner en duda el hecho de que en el juego de la política chilena apareció un nuevo actor. Se establecieron reglas cerradas, en las que solo los partidos políticos podían constituirse en las únicas formas legítimas de administración del Estado, el cual seguía el patrón de acumulación de riquezas libre-cambista y de extracción primaria, lo que en términos simple quiere decir que el Estado de Chile se abría al mundo en condición de país sub-desarrollado. Las reglas originales del juego suponían que la actividad política estaba única y exclusivamente mediada por los partidos políticos, alineados estos en dos grandes grupos que co-gobernaron el país. Independiente de cualquier valoración subjetiva, es indudable que han surgido fuerzas que están planteando un modelo de desarrollo Nacional, basado en la Soberanía, que en los tiempos de hoy no puede sino basarse en la deliberación del Pueblo. Estas nuevas voces recién se integran a la arena política.

No podemos retroceder ni adelantarnos en el análisis de lo que son hoy las fuerzas transformadoras de Chile. La carencia más importante es la falta de una orgánica política que aglutine a las fuerzas transformadoras, lo cual se explica por el alto grado de complejidad que una propuesta así debiese tener, dada la decepción y fracaso que han generado todos los proyectos anteriores. Pero falta de orgánica política no es sinónimo de falta de organización ni capacidad de despliegue o movilización, por el contrario, son estas las fortalezas de las fuerzas de cambio. Tenemos la capacidad de impactar y marcar la pauta  del debate político, como lo hemos hecho hasta ahora, pero no hay que dejar de lado el hecho de que es la sociedad como un todo la que también se ve involucrada en estos cambios. Una demanda puede ser fácilmente recogida y provista de medios que distorsionan el fin último.

La consolidación de un cambio cualitativo en las estructuras de poder, es un camino que recién hoy se empieza a recorrer. Es un camino lento y cuesta arriba, toda vez que los poderes del Estado conspiran en contra del proceso de construcción de la Soberanía Popular. Nos enfrentamos entonces al siguiente dilema: Si existe una mayoría dispuesta a ejercer la soberanía utilizando el derecho a la libre determinación de los pueblos ¿debe entonces esta mayoría esperar a consolidar un poder propio –por ahora inexistente- o puede inmediatamente golpear la mesa del juego democrático y desplazar a los partidos políticos que han gobernado Chile por 40 años? Para que esto suceda es necesario superar la clásica barrera ideológica que nos impone el marxismo, de equiparar Poder a Estado y de entender éste como una sola amalgama “burguesa”, desconociendo su división de poderes y sus fracturas internas. Este tipo de análisis excluyen a las instituciones reales del Estado, como si no existiera una Contraloría, un Tribunal Constitucional, un parlamento bi-cameral, Fuerzas Armadas, Medios de Comunicación, en fin. Ciertamente que es posible y del todo favorable para la construcción de todos los procesos venideros, apenas sí un punto de partida para el pleno desenvolvimiento de las fuerzas productivas y de nuestro potencial creador. Para tal tarea debemos prepararnos, pues pasaremos por esta rueda cada 4 o 5 años y cada vez que no la resolvamos este Estado permanecerá como un obstáculo para la libertad y la justicia social. Por suerte, nadie sino el Pueblo decidirá el cuándo, el momento y los tiempos.

 Cómo ejercer la Soberanía Nacional hoy

Las tensiones políticas y sociales demuestran que es posible alcanzar un amplio consenso popular en cuanto al derecho del Pueblo a ejercer su Soberanía.  La nacionalización de los recursos estratégicos de la nación es, por supuesto, la condición sin la cual es imposible salir de nuestro estatus de país sub-desarrollado con todas las consecuencias que aquello conlleva y que no vamos aquí a enumerar.  El propio decaimiento de la derecha anti-nacional, dentro del mismo juego que supone la imposición de sus propias reglas (constitución del 80), su incapacidad de abordar estos temas y su atrincheramiento en posiciones regresivas de miedos e incertidumbres,  es una muestra clara de que la amplitud del consenso nacional está para superar las barreras ideológicas de la dictadura. Sin embargo, allí donde la derecha anti-nacional se repliega, la izquierda anti-nacional avanza. Gracias a la paupérrima performance del primer grupo, el segundo se encuentra con más posibilidades de copar el tablero de juego. Para cumplir con los favores concedidos en Europa y Estados Unidos, que se remontan a las épocas del exilio pero que perduran en ostentosos cargos ONU, BID, y otras organizaciones afines, pueden abordar el tema de la nacionalización con la vieja artimaña Estado/Mercado, como si estatizar significara nacionalizar. La vieja derecha acude al debate y llamará a esto “un salto hacia atrás”, lo que en estricto rigor es; sin embargo la falacia se encuentra en que hoy el Estado no es nacional. Como su lucha ha sido siempre y será siempre la de conquistar el poder, la izquierda anti-nacional podría incluso reclamar la propiedad de recursos naturales para el Estado; pero estatizar no será en este caso sinónimo de nacionalización. El engaño consistirá en mantener el modelo primario exportador “por la izquierda”, recurriendo a la retórica de la propiedad estatal, a la vez que se asegura la explotación transnacional por medio de la venta de los derechos de uso, vía contratos de arrendamiento, o bien por contratos de prestación de servicios que incluyen la extracción y transporte del recurso de propiedad del Estado, pero cuyo valor de uso está subordinado netamente al capital transnacional. Ejemplos de este tipo de propiedad estatal al servicio del mercado conocemos muchos en el Chile de hoy: Banco Estado, TVN, Codelco, la misma Universidad de Chile, son empresas estatales que con suerte compiten con las empresas privadas, cuando no colaboran directamente con ellas, como es el caso de Codelco. Empresas públicas con lógicas de funcionamiento privado que desnacionalizan las riquezas. En este sentido, la creación de una AFP estatal tiene un trágico y anunciado desenlace: Comenzaría a operar con 30 años de retraso en comparación a las 4 o 5 empresas de la competencia, se vería obligada a adquirir préstamos al BID o al FMI para ejecutar proyectos en el mediano plazo, y para peor, al estar administrada por el gobierno de turno estaría sujeta a escándalos de corrupción y a la colaboración con el gran empresariado dueño de Chile. Sería un factor más de competencia, sí, pero no alteraría en nada la grosera acumulación de capital que este negocio ostenta en Chile, otorgando pensiones de subsistencia a los sectores “vulnerables”, que hoy reciben una pensión incluso por debajo de esta línea, como acto de compensación.

 De ahí el carácter “rupturista” de un cambio en el grupo dirigente del Estado, y específicamente en lo que significaría para un Programa de Soberanía Popular el cooptar el poder ejecutivo. Dicho objetivo puede ser logrado democráticamente; para aquello basta que la famosa “mitad más uno” se incline a través del voto, por la preferencia que en carne un programa de esas características. Pero no basta ya con que la opción Nacional lleve consigo las banderas y consignas del Movimiento Social. No se puede simplemente hablar de “nacionalización”, por los problemas recién expuestos, sino que se debe hablar de una Socialización Nacional de los Recursos Estratégicos, en el que a cada chileno, por el solo hecho de serlo, se le asegure la propiedad del valor de dicho recurso, haciendo del Estado un mero administrador. Un Golpe de Estado, sería entonces ineficaz, pues no se podría expropiar a 17 millones de chilenos, resolviendo así uno de los aspectos claves de la cuestión de “la toma del poder”.  Una nacionalización socializada, en donde el Pueblo sea capaz de ejercer poder efectivo en su administración, nombrando y removiendo a los administradores si estos no cumplen con el mandato de administrar la propiedad social  según los fines que el propio pueblo democráticamente imponga (salud, educación, infraestructura, etc.). Esto no supone la extinción de la propiedad privada, ni por cerca; pero co-existirá con la propiedad social de aquellos recursos que hemos decidido como vitales para superar nuestra condición de país sub-desarrollado. Puede esto causar el estupor de muchos “revolucionarios”, pero son estos los que deben poner sus ideas al servicio de la transformación real de la sociedad, pues dicho proyecto necesita ser elaborado con la profundidad suficiente como para poder ser presentado en un Programa de Gobierno para dotarlo de un contenido que supere las propuestas engañosas y retroactivas y que sea capaz de convocar a la más amplia de las mayorías.

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Escrito por Carlos Mondaca

Magister en Historia
Universidad Católica de Valparíso