Multisectorialidad y hegemonía: A propósito de la centralidad de la clase trabajadora.
“El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta desde largo tiempo, que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable sólo en la medida en que una fuerza tal existe y esté impregnada de ardor combativo). Es por ello una tarea esencial la de velar sistemática y pacientemente por formar, desarrollar y tornar cada vez más homogénea, compacta y consciente de sí misma a esta fuerza”.
Gramsci.
Hace ya un buen rato varios sectores de la izquierda –revolucionaria y reformista- han entrecruzado opiniones en torno al tema de la multisectorialidad como objetivo estratégico dentro del movimiento estudiantil. Si bien el debate es sumamente pertinente, ya que resume uno de los aspectos centrales de la estrategia del actual periodo de lucha de clases en Chile, creemos que falta profundizar algunos elementos que permitan hacer de la multisectorialidad algo más concreto y permita definir el rol de esta fuerza dinámica que es el estudiantado. De ahí la necesidad del presente artículo, que se vincula inmediatamente a un trabajo anterior sobre el periodo[1].
En nuestra opinión, uno de los errores sobre cómo se ha abordado el tema de la multisectorialidad ha sido el pensarla de forma aislada y no como momento de un proceso más complejo como es el de la emergencia de un nuevo bloque histórico y el consiguiente desarrollo de una nueva hegemonía. Es sólo comprendiendo ese proceso que la multisectorialidad puede ser inteligible.
Los trabajadores contra un Gramsci descafeinado.
La hegemonía como fenómeno histórico no puede ser pensada como un puro fenómeno ideológico o político, sino que –sin dejar de cargar con estos dos aspectos que son parte integral de su concepto- la hegemonía sólo se puede comprender como momento clave del bloque histórico. Como señala Macciocchi, el concepto gramsciano de hegemonía “es, pues, la parte visible del iceberg que oculta la enorme masa de todo un cuerpo teórico-político, que representa el punto culminante de un genial y complejo trabajo intelectual: el concepto de “bloque histórico”, el enlace estructura-infraestructura, el concepto de Estado y la distinción que hace Gramsci entre “sociedad política” y “sociedad civil”, la definición de la naturaleza del partido revolucionario como “Príncipe moderno”, intérprete de una “voluntad colectiva”, el papel de los intelectuales como promotores del consenso por su posición articuladora”[2]. Por lo tanto, hegemonía, bloque histórico y el conjunto de determinaciones internas de este son inseparables[3]. La política, como un momento de lo ideológico, no sobrevuela la sociedad, sino que expresa sus contradicciones, la forma en que las clases se baten en combate. En otras palabras, la hegemonía expresa la complejidad de la lucha de clases y no es un fenómeno separado de la estructura. Por lo tanto, el debate de los clásicos (que sigue siendo mucho más lúcido y orientador que los actuales epígonos del marxismo) supone, en los procesos de construcción hegemónica, la centralidad de la clase trabajadora[4], lo que es, en última instancia, el argumento que subyace a la idea de la multisectorialidad como estrategia para el actual periodo. Es el mismo Gramsci el que señala que, si bien “el hecho de la hegemonía presupone, sin duda, que se tengan en cuenta los intereses y las tendencias de los grupos sobre los cuales se ejercerá la hegemonía, que se constituya un cierto equilibrio de compromiso, o sea, que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo”, “también es indudable que tales sacrificios y el mencionado compromiso no pueden referirse a lo esencial, porque si la hegemonía es ético-política no puede no ser también económica, no puede no tener su fundamento en la función decisiva que ejerce el grupo dirigente en el núcleo decisivo de la actividad económica”[5]. En otras palabras, como señala Campione, “No hay hegemonía sin base estructural, la clase hegemónica debe ser una clase principal de la estructura de la sociedad, que pueda aparecer como la clase progresiva, que realiza los intereses de toda la sociedad.”[6]
Como GEM, hace ya un tiempo, intentamos iniciar un debate en torno al problema de “la clase obrera”[7]. En contra de las concepciones “economicistas”, que parecen ser las únicas a las cuales el autonomismo y de más marxistas descafeinados pueden discutir, el artículo a cargo del compañero Carlos Riquelme, deja clara algunas de las determinaciones históricas que le dan un lugar específico y gravitante la clase trabajadora, sin desestimar la enorme deuda teórica que aún existe al respecto por parte de los marxistas y anarquistas. Pero para no abultar más el presente texto, daremos por supuesto la centralidad estructural de la clase trabajadora y sus potencialidades revolucionarias.
En chile, la clase trabajadora, entonces, copa al menos tres de las dimensiones propias de que constituyen las fuerzas que se baten en lucha: fuerza motriz, por su lugar objetivo; fuerza principal, por su número; y dirigente, por las posibilidades que abre su lugar objetivo.
El difícil camino al momento ético-político.
Considerando la dura realidad que cruza a los trabajadores no parece inverosímil rescatar la vieja y mal entendida idea leninista de que “la conciencia de clase viene desde fuera” en su sentido estricto. Para Lenin, esta idea no significa que el socialismo sea algo ajeno a la lucha de los trabajadores mismos y que debe ser importado desde un sector o grupo social ajeno a los mismos, sino que se refiere a que la conciencia de clase se desarrolla “por fuera” de la relación directa entre patrón y trabajador, y debe ser dinamizada por otras fuerzas (no ajenas al conjunto de la clase) para así propiciar el desarrollo del momento ético-político[8]. Para poder comprender esta idea que puede parecer un tanto extraña viniendo de un libertario, es bueno recurrir a Gramsci.
El italiano, en el análisis de las correlaciones de fuerza reconoce tres momentos diferentes. Uno ligado a las fuerzas sociales estrechamente ligadas a la estructura, realidad objetiva de las clases y desarrollo de las fuerzas productivas y que determina las fuerzas motrices, principales y potencialmente dirigentes del proceso. Un segundo momento vinculado al desarrollo de las fuerzas políticas, vinculado a la “la valoración del grado de homogeneidad, autoconciencia y organización alcanzado por los diferentes grupos sociales.” Y un tercer momento que tiene que ver con la relación de fuerzas militares.
Para lograr comprender el rol de la multisectorialidad debemos detenernos en el segundo momento, el de las fuerzas políticas (previo análisis del primero, obviamente, pero que acá damos por supuesto). Este momento, según Gramsci, se puede dividir en diferentes grados “que corresponden a los diferentes momentos de la conciencia política colectiva”. El primer momento es el “económico-corporativo” donde el sentimiento de unidad para sólo por el “grupo profesional” o gremial, diríamos nosotros, “pero no se siente aún la unidad con el grupo social más vasto”. Un segundo momento corresponde “aquél donde se logra la conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía en el campo meramente económico” y el problema del Estado, la condensación de lo político, se desarrolla sólo en el marco de “lograr una igualdad política-jurídica con los grupos dominantes, ya que se reivindica el derecho a participar en la legislación y en la administración y hasta de modificarla, de reformarla, pero en los marcos fundamentales existentes” y que es, en nuestra opinión, el actual momento de desarrollo de los trabajadores y demás grupos subalternos. Finalmente, Gramsci distingue un tercer momento “donde se logra la conciencia de que los propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan los límites de la corporación, de un grupo puramente económico y pueden y deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados.” Según Gramsci, “Esta es la fase más estrictamente política, que señala el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas; es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en “partido”, se confrontan y entran en lucha, hasta que una sola de ellas, o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social; determinando además de la unidad de los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha, no sobre un plano corporativo, sino sobre un plano “universal” y creando así la hegemonía, de un grupo social fundamental, sobre una serie de grupos subordinados.”[9]
En otras palabras, este es el plano donde empieza la disputa por el poder, el desarrollo de un proceso hegemónico donde los intereses de la clase trabajadora se coordinan los intereses de los demás grupos subalternos, subordinándolos, entrando en el desarrollo tanto de los “equilibrios inestable”, como de los partidos que expresan ideologías orgánicas, etc. En otras palabras, es el momento cuando los trabajadores dejamos de ser un gremio y pasamos ser una clase propiamente tal y nos perfilándonos como clase dirigente. En palabras de Lenin, “Desde el punto de vista del marxismo, la clase, en la medida en que renuncia a la idea de hegemonía o no la toma en consideración, no es una clase, o no es todavía una clase, sino un gremio, o la suma total de varios gremios… Es la consciencia de la idea de hegemonía y su aplicación a través de sus propias actividades lo que convierte a los gremios (tsekhi) en su conjunto en una clase”[10]. En otras palabras, una correcta concepción de la clase trabajadora no puede sino considerar los elementos dinámicos propios de la política, cómo subordina a los demás grupos subalternos y es capaz de concebirse a sí misma como una clase, en oposición y lucha contra la burguesía y no como un mero agregado gremial. Por lo tanto, la clase trabajadora, sin la dimensión de la política, que implica a su vez una idea mucho más amplia de clase que la que pueden concebir los autónomos en el citado texto, es simplemente una abstracción, lo que hace de la crítica “fetiche” a la multisectorialidad, un absurdo[11]. Es más, lo que parece tornarse un fetiche es el mismo movimiento estudiantil, ante el cual, algunos, pretenden subordinar toda la política, sin comprender su rol como fuerza dinámica y movimiento subalterno a los trabajadores.
A propósito de los otros debates que se abren[12], es bueno señalar que este proceso dinámico del paso de lo gremial a lo ético político coloca sobre la mesa una necesaria discusión en torno a las formas y mediaciones necesarias (partidos) que debe asumir este proceso y cómo se vinculan a las fuerzas más elementales. La forma partido es, en definitiva, la expresión real de este salto de lo gremial a la política de clase como proyecto nacional. La conformación de un estrato de intelectuales[13] es clave y fundamental. Por lo tanto, de forma simultánea, este proceso de rearme de los trabajadores, en el marco de la multisectorialidad debe contener, necesariamente, el debate de la izquierda en torno a la construcción de un campo político propicio que potencie y catalice este proceso en un sentido socialista.
Pero volviendo a lo que nos interesa, la estrategia de la multisectorialidad se inscribe en los esfuerzos que los sectores clasistas de esta fuerza dinámica que es el estudiantado debe desarrollar para superar lo “económico corporativo”. En ese sentido, el rol de los estudiantes pasa por disgregar el bloque intelectual de la clase dominante. Obviamente, esto sólo puede suceder bajo el desarrollo combinado de las demandas gremiales (los estudiantes aún no dejan ni pueden dejar de ser un “gremio”) con las luchas políticas nacionales, que deben ser el punto de encuentro y dinamizador de las luchas de los demás “gremios”. Este proceso, que se comprende como la unida desde la lucha, ya está abierto y en marcha, ahora, lo que hay que hacer, es estar atento a las formas determinadas en que estos “encuentros programáticos” se empiezan a dar y cómo los sectores de la izquierda revolucionaria los orienten hacia la lucha anti-capitalsita, por el socialismo y la libertad.
El movimiento estudiantil como fuerza dinámica.
Desde la perspectiva revolucionaria, que comprende la centralidad de la clase trabajadora en el proceso de superación de la sociedad de clases, el estudiantado debe ser entendido como el de una fuerza dinámica, mucho más parecido al rol de los intelectuales en Gramsci que al de una fuerza social autónoma. En otras palabras, el movimiento estudiantil debería tener como principal objetivo, durante este periodo, el mermar la hegemonía (siempre ideológica) de las clases dominantes, buscando dinamizar los procesos de lucha de otras expresiones de la clase trabajadora, principalmente la de los sectores asalariados, penetrando en esa zona sacrosanta donde el capitalista y el obrero se encuentran cara y cara y no mediados por los ropajes del ciudadano o demás disfraces necesarios, al mismo tiempo que los estudiantes son capaces de hacer emerger esta diferencia fundamental –como es la diferencia y la lucha entre clases- en las esferas de los mecanismos de dominación ideológica, ganar a los intelectuales tradicionales, etc.. En otras palabras, se trata de promover lo que Gramsci llama “espíritu de escisión”, es decir, “la progresiva conquista de la conciencia de la propia personalidad histórica”, el cual “debe tender a prolongarse de la clase protagonista a las clases aliadas potenciales; todo esto requiere un complejo trabajo ideológico, cuya primera condición es el exacto conocimiento de la materia volcada en su elemento humano”[14]. Esto que puede verse como paradójico, ya que este espíritu de escisión, según lo dicho, se desarrollaría a partir de un sector social que bajo ninguna perspectiva puede ser considerado como una clase, sino que, en tanto estudiantado, condensa o expresa, por su composición, diferencias de clases. En ese sentido, es que decimos que son los sectores abiertamente clasistas, que reconocen el desarrollo de la lucha de clases al interior del movimiento estudiantil, los que deben pujar por hacer del conjunto del movimiento un dinamizador de la conciencia de clase, des-ciudadanizando el movimiento estudiantil y ubicándolo en un enfoque de clase.
En ese sentido, el desarrollo de la multisectorialidad no es un mero eslogan fetiche, sino un objetivo estratégico en este periodo de disputa en donde es justamente la lucha política la que debe empujar el desarrollo y superación de las demandas inmediatas, haciendo madurar la conciencia de los trabajadores y demás sectores subalternos, única forma de pasar de lo meramente corporativo al momento de lo ético-político. Es en esta relación diferenciada, donde la conciencia de clase, que no es mera expresión gremial, se desarrolla por fuera de las relaciones directas entre patrón y obrero y se abre paso como crítica de las relaciones entre clases. En ese sentido es que entendemos la idea de que hoy, el movimiento estudiantil, como fuerza dinámica, debe impulsar el desarrollo (desde fuera) de la conciencia de clase mediado por lo que hemos llamado multisectorialidad y que es, a su vez, un momento necesario en el desarrollo de la conciencia de clase.
Esto marca una diferencia en los énfasis estratégicos de la izquierda. Mientras que el reformismo pone el acento en buscar una “salida política-institucional” colocando sus empeños en lo electoral, llenando el vacío que deja el PC después de realizar su ya evidente viraje a la derecha, la izquierda revolucionaria, considerando el escenario electoral y las implicancias objetivas que tiene, desarrolla la posibilidad de amplificar y tensar más en pos de un programa mínimo de reformas democráticas que permitan integrar o ganar a las masas para la lucha, pero colocando sus energías en el desarrollo de la acción directa de masas, proceso central en el desarrollo de una conciencia de clase independiente. En ese sentido se evidencian diferencias estratégicas de largo plazo, de cómo se concibe la institucionalidad, el rol de Estado y demás mecanismos de la sociedad burguesa y, sobre todo, como construir poder popular. Desde otro punto de vista, esta necesidad de aprovechar el momento de apertura, puede llevar a varios sectores (como el autonomismo) a una “táctica” de negociación con sectores de la concertación o “ex” Concertación, a modo de asegurar algún “avance” (entendido dentro de los términos de su política). Dicha táctica, además de abrir el camino para la colaboración de clase, tiene el problema de constituir un virtual mecanismo de ralentización de los procesos de rearme de la clase trabajadora. Lo anterior debe ser entendido desde el punto de vista del que muchos de estos sectores parten: de la sobrevaloración, y en algunos casos, derechamente el fetiche del estudiantado, así como de una concepción puramente superestructural de la política.
En mi opinión, el proyecto anti-capitalista capaz de unir a los trabajadores y demás sectores subalternos pasa, hoy más que nunca, por el desarrollo de la unidad entre trabajadores y estudiantes, el fogueo en la experiencia común, la solidaridad en la lucha reivindicativa, el desengaño colectivo respecto de las salidas propuestas por la clase dominante, etc. Ese es el plano real de convergencia programática, programa que requiere no sólo consignas ni tribunas, sino trabajo práctico y vínculos específicos. Así, entendemos que las orientaciones que reptan en torno a una unidad que no tiene más caner que la de las elecciones, no apuntan realmente a la médula del problema y no representa sino el entusiasmo de un sector minoritario dentro de la clase trabajadora y de un interés relativamente particular de cierta izquierda no PC: En palabras simples, la unidad desde la lucha hoy que vincule a los diversos sectores, es una urgencia mucho mayor que las apuestas electorales y mucho más posible que una apertura democrática en lo inmediato.
Es así que el actual ciclo de luchas, que hemos definido como de “disputa democrática”[15] se debe comprender como el proceso de conquista de la sociedad civil, la preparación de una fuerza organizada y con capacidad de victoria[16] en donde el estudiantado cumplirá un rol dinamizador pero incapaz de sustituir el rol necesario que deben jugar los trabajadores si de verdad se espera pasar a una nueva fase de la lucha de clases, donde el poder de las clases dominantes sea asediado por el poder popular.
[1] Benoit, V. Fisuras en la hegemonía y disputa democrática, en http://www.perspectivadiagonal.org/fisuras-en-la-hegemonia-y-disputa-democratica/.
[2] Macciocchi, A. Gramsci y la revolución de occidente, Siglo XXI, 1987, p. 151
[3] Portellli, H. Gramsci y el bloque histórico, Siglo XXI, s/a, p. 66 y sgts. Gramsci, Antología, Siglo XXI, 2004 p. 193.
[4] Ver, por ejemplo, Lenin, V. Dos tácticas de la social democracia rusa en la revolución democrática, En Obras escogidas en tres tomos, Editorial progreso, 1970, p. 477-584. Gramsci, A. Algunos temas sobre la cuestión meridional, en Gramsci A. “Escritos políticos (1917-1933)”, Siglo XXI, p. 304-326.
[5] Gramsci, A. Cuadernos de la Cárcel, T. 5, Ediciones Era, 1981, p. 42. La cursiva es mía.
[6] Campione, D. Antonio Gramsci, orientaciones introductorias para su estudio, Rebelión, p. 55
[7] Riquelme, C. Clase obrera y marxismo. En, “Revista Materialismo Histórico”, Santiago de Chile, año 2, n°2, Mayo 2012. P 37-55. En el citado artículo, Riquelme recurre al menos a tres razones de por qué se le debe considerar a la clase obrera como una clase revolucionaria. Por un lado, la clase obrera, a diferencia de otras clases sub-alternas, emerge y se desarrolla como una clase universal al alero del desarrollo del mercado mundial. Segundo, la posibilidad de la clase obrera de actual colectivamente. Finalmente, la posibilidad de detener la producción y re orientarla en la construcción de la nueva sociedad.
[8] Para Gramsci, el momento ético-político se entiende como el paso a “la elaboración superior de la estructura en superestructura en la conciencia de los hombres. Esto significa también el paso de lo “objetivo a lo subjetivo” y de la necesidad a la libertad. La estructura, de fuerza exterior que subyuga al hombre, lo asimila a sí, lo hace pasivo, se transforma en medio de libertad, en instrumento para crear una nueva forma ético-política, en origen de nuevas iniciativas.” Op. Cit. T. 4, p. 142.
[9] Gramsci, A. Op. Cit. p. 32 y sigts.
[10] Lenin, Collected Works, Vol. 17, pp. 2323. Citado en Anderson, P. Las antinomias de Antonio Gramsci, edición digital, p. 13.
[11] Campione correctamente señala que “no existe una conciencia “espontánea”, derivada linealmente de la posición en el proceso de producción y adquirida de modo automático en la experiencia social, ni tampoco su contrario, una conciencia “preconstituida”, que se pueda transmitir y aprender como un “evangelio”, impulsado desde ‘fuera’ de la clase” Sino que, “Las clases subalternas llegan a las fases superiores de su desarrollo en tanto que consiguen autonomía frente a las clases dominantes y obtienen la adhesión de otros grupos políticos aliados. Esa adhesión se alcanza en la medida en que desarrollan una “contrahegemonía” que cuestiona la visión del mundo, los modos de vivir y de pensar que las clases dominantes han logrado expandir entre vastos sectores sociales.” Campione, Op. Cit., p.43.
[12] Ver, por ejemplo, García, M. La izquierda libertaria más allá de las elecciones, en http://www.perspectivadiagonal.org/la-izquierda-libertaria-mas-alla-de-las-elecciones/
[13] En sus cuadernos, Gramsci señala: “Por intelectuales es preciso entender no sólo aquellas capas comúnmente designadas con esta denominación, sino en general toda la masa social que ejerce funciones organizativas en sentido lato, tanto en el campo de la producción como en el de la cultura y en el político-administrativo”, Op. Cit., p. 412.
[14] Gramsci, A. Pasado y Presente, p. 220. Citado en Campione, D. Algunos términos utilizados por Gramsci, p. 7.
[15] Benoit, V, Op. Cit.
[16] Portelli, Op. Cit. p. 144