Disidencia sexual y militancia política

“Ante el vértigo apocalíptico de la posmodernidad, la feroz incomunicación, la falta de lazos verdaderos , la creciente orfandad de los proyectos comunitarios, el exacerbado culto a si mismo, el imperio de la maquina sobre el ser , solo nos salvaremos por los afectos , puesto que tengo la convicción de que los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana”

Ernesto Sábato

Elaborar una reflexión en torno a qué rol le cabe a la disidencia sexual dentro de la practica política anarquista o libertaria  es un desafío no menor. Esto porque, al igual que el resto de las tradiciones políticas de la izquierda revolucionaria, los libertarios no han estado exentos muchas veces y durante largo tiempo de posiciones bastante conservadoras y reacias a aceptar las diversas expresiones de la sexualidad, ya sea como parte tanto del movimiento político como de la clase trabajadora. No olvidemos las publicaciones de la denominada “Revista Blanca” o las investigaciones  del médico anarquista Marañón ,  o los programas de la Ministra Federica Montseny durante la Guerra Civil Española, que si bien cambiaban el foco desde el que se analizaba la homosexualidad en ese entonces -desde una perversión que debía ser castigada por una enfermedad que nos provocaba compasión y que era susceptible de ser curada-, dicho enfoque no evitó experimentos con homosexuales tales como trasplante de genitales o tratamientos psiquiátricos, así como el intento de implementación por parte de la CNT de “sanatorios de homosexuales”. Todo lo anterior en concordancia con el discurso oficial de la época, que esbozaba a la homosexualidad o a las sensibilidades sexuales diversas como desviaciones pequeño-burguesas, enfermedades producto de la degeneración que el capitalismo provocaba en las clases obreras y que sería extirpada una vez que los trabajadores se hicieran para sí de los medios de producción.[1]

Sin embargo, al ser también el anarquismo y las prácticas políticas libertarias una sucesión de ideas bastante dinámicas, es que también se alzaron desde estas trincheras las voces disidentes y que se atrevieron, desde su opción sexual o su apoyo abierto a las mismas, construir una política clasista y encarar la militancia política. Hago referencia por ejemplo a  Lucía Sánchez Saornil, fundadora de la organización Mujeres Libres, militante de la CNT, lesbiana y activa luchadora de la guerra civil española contra el fascismo; los intelectuales anarquistas estadounidenses, Goldman y Berkman; o el colectivo homosexual anarquista alemán Der Eiger, entre otros. Si nuestra tradición política libertaria hoy asume casi per se estas posturas de avanzada, como parte de su proyecto político, se debe en base a estos compañeros y compañeras.

No esbozo estas palabras para hacer una catarsis colectiva, e inmovilista, de las carencias actuales de los movimientos de liberación sexual y de la disidencia sexual solamente denunciando la intolerancia o estableciendo cánones de inserción de las afectividades sexuales diversas, basados solamente en la victimización, sino que por el contrario, pretendo orientar esta exposición delineando de manera general una apuesta de inserción política y social de estas prácticas, puesto que pese a  todo, el desafío por construir una política de género libertaria sigue siendo una deuda pendiente de nuestro sector. Porque como disidentes sexuales y militantes políticos libertarios hemos decidido situar nuestra sensibilidad sexual como resultado de lucha de clases, es que salimos a la batalla. Luchamos por la liberación de nuestros cuerpos y deseos, así como de nuestras expresiones sexuales diversas.  ¿Por qué además asumir dicha construcción desde una perspectiva feminista? Porque debemos hacer causa común con aquello que finalmente es el mismo enemigo, la cultura heteronormativa y patriarcal, producida por, durante y para el capitalismo, ante cuya superación, desde el frente de la lucha de género, hace imprescindible la unificación de fuerzas. ¿Por qué esta política debe ser  libertaria? Porque en la apuesta de situarnos políticamente entendemos que la sociedad se encuentra estructurada en clases sociales y cuya superación solo será posible en la medida que seamos capaces de reapropiarnos de de nuestro trabajo, y consecuentemente, reapropiando los espacios de expresión y participación popular en la cultura, la economía, el territorio y la sexualidad, mediante la acción directa de todas los y las oprimidos y explotados.

Es momento de pensar una disidencia sexual verdaderamente crítica. Ante el reconocimiento de un enemigo, reconocemos una solución, la disolución de la sociedad de clases y la abolición del Estado. Como anarquistas no logramos [F1] separar  ambos puntos. Sin embargo, estas disidencias sexuales  no deben ser pensadas como las eternas excluidas de la problemática capitalista [F2] y de la lucha de clases. La condena impuesta a la homo y transexualidad es producto de la inmaculada autoridad que funciona con la precisión del reloj: la ideología transforma la ciega autoridad en ciega obediencia. Luego, toda diferencia se hace una condena que los propios dominados y oprimidos asumen como sacrosanta. La diferencia se hace insoportable por parte de los mismos oprimidos, que al pensarse como excluidos, más bien parecieran escribir su propia tragedia. Una militancia que intente luchar en cada lucha “microfísica” hará inabarcables las infinitas diferencias. El problema sigue siendo la dominación en que nos sumerge el trabajo enajenado y su inherente verticalidad autoritaria.

El gran éxito del capitalismo neoliberal ha sido su capacidad para complejizar de tal manera su estructura productiva que hace posible la disgregación de a la clase oprimida, generando en su seno intereses contrapuestos. La clase enfrentada a la clase cae, hoy, fácilmente en la confusión y en el conformismo posmoderno, cayendo en las lógicas de su irracional ideología. Al sentido común de la posmodernidad se le hace difícil, por no decir, imposible, pensar en una salida real a la maquinaria jurídica, servil a los intereses de las clases dominantes, en tanto espacio legitimado para resolver la conflictividad social, donde es posible contener todo indicio de malestar y a la vez normativizar las relaciones sociales acorde a su proyecto de clase.  Y cuando llega a figurarse una salida, esta es sólo aparente, y se presenta en forma de resistencia, sin capacidad crítica frente al poder que la somete, o más bien, su crítica llega allí donde termina el cuerpo, pero es impotente cuando comienza el fenómeno social de su producción. Esa resistencia depende del poder que la constituye para poder existir, no sabe qué lugar ocupar en la ofensiva.

Ante este nivel de dispersión es necesario centrar el campo de la acción revolucionaria y esbozar su apuesta estratégica, para subvertir el orden imperante. Resulta esencial para determinar de qué medida la disidencia sexual pasa a formar parte de esta construcción.  Una política de género que no se haga parte de la acción revolucionaria con un enfoque clasista no sólo carece de perspectiva para enfrentar al patriarcado, sino que también carece de estrategia para superarlo. A diferencia de lo que pregonan las teorías posmodernas, no pretendemos, al tener una política de clase, sostener que el sujeto revolucionario es un ente monolítico al cual pretendemos asimilarnos lisa y llanamente; sino que, al ser productos de un sólo poder, el sujeto debe ser abordado como un elemento complejo y diverso, pero sometido a los mismos mecanismos, y por lo tanto, capaz de ser pensado concretamente. Sólo una acción revolucionaria que entienda aquella pluralidad de intereses, va a ser efectiva para levantar una causa común contra el sistema capitalista y la dominación burguesa y, por tanto, capaz de revertir esta situación a favor de nuestro pueblo.

Por esto último nos vemos obligados a reclamar por una transformación social que no puede esperar el futuro prometido posterior a aquel supuesto momento apocalíptico con que algunos se imaginan la revolución. La acción revolucionaria se mide por su capacidad de liberación.  Las relaciones cotidianas y domésticas, en cuanto espacios de sometimiento, son esenciales en  las reivindicaciones concretas que dotan de unidad y contenido a las organizaciones políticas y que permiten vislumbrar una alternativa al sistema económico y político imperante. Los revolucionarios no podemos limitarnos a visibilizar vagamente nuestro horizonte estratégico de emancipación humana solamente con un ideal abstracto si no somos capaces de en, el presente, a la par que damos la lucha política, ir generando desde nuestras prácticas cotidianas una nueva forma de relación social horizontal, que nos permita ir construyendo en el presente la sociedad futura que queremos vivir.

Es acá donde debe insertarse la acción política de la disidencia sexual, que genere en el presente una práctica sexual y afectiva emancipadora que nos permita reapropiarnos de nosotros mismos, de nuestros cuerpos y de nuestra relación con los otros. Práctica sexual y afectiva que sea la base para construir en el presente relaciones libres, cuya perspectiva sea articular tanto aquellas expresiones marginadas dentro de las clases explotadas y oprimidas, cómo insertarse tanto social, política  y culturalmente en sus luchas.

La disidencia sexual libertaria, debe apostar por volver a poner en el centro la re-valorización del ser humano como un ser susceptible de ser amado y de relacionarse afectivamente de manera autoconsciente y libre de todas las imposiciones que la cultura burguesa, la banalización y fetichización mercantil del cuerpo y el patriarcado generan en nuestras vidas, combatiendo arduamente estas expresiones.

La disidencia sexual es política en cuanto es capaz de articular las diversas sensibilidades sexuales en pos de un programa de clase, de una inserción concreta en la lucha cotidiana de la clase trabajadora y oprimida, de los hombre y mujeres contra el sistema capitalista, evidenciando que una institucionalidad que consagra la desigualdad no podrá jamás consagrar derechos para una minoría sin incorporarla como parte del proyecto burgués. La acción directa que busca la reapropiación de nuestra vida no puede limitarse sólo a la satisfacción del deseo mediante la reapropiación del cuerpo, si no es, a su vez, acompañada de la acción directa contra el capital y el Estado. Pensamos con la convicción de que nada podemos ganar si no se ataca aquello que produce nuestros deseos y lo recubre con la espiritualidad de una eterna naturalidad; si no derribamos la autoridad del trabajo enajenado.

La acción política sexual también debe criticar aquellas expresiones que, desde una supuesta marginalidad y una reapropiación supuestamente política de sus cuerpos, se estancan en la mera forma de sus discursos estéticos y nos presentan la abstracción de la lucha. Se encierran en sí mismos combatiendo un fantasmagórico e invisible poder con posturas sexuales intrépidas, mas no con una estrategia revolucionaria efectiva, pretendiendo romper toda ligazón con el mundo que nos rodea y relativizando la lucha de clases al punto de convertirse solamente en un liberalismo de avanzada, atacando la identidad de la clase trabajadora; apostando por instalar, mediante una violencia simbólica sutilmente instalada, una postura iluminista y vanguardista de lo que debe ser la sexualidad (como es el caso del llamado pornoterrorismo) y no comprometerse con una construcción colectiva  de la misma.

La reapropiación de nuestros cuerpos frente a la dominación no puede asumir solamente un cariz individual, sino que debe ser un acto colectivo, una batalla moral, social y política, por revalorizar la sensibilidad humana, la creación y la sexualidad frente a una cultura de consumo y mercantilización que hace del ser humano un objeto vacío de deseo. El pueblo ya es lo que nosotros queremos que sea, y como militantes anarquistas debemos ser siempre defensores de una praxis de construcción y emancipación horizontal, no de imposiciones que buscan forzar el espíritu más allá de sí mismo con determinadas praxis autoritarias.

De la misma manera que queremos mostrar al resto de los militantes de la izquierda revolucionaria que una política de clase sin una perspectiva de género carece de perspectiva, le decimos a los posmodernos, revolucionarios estéticos y liberales de avanzada, que una política de género sin perspectiva de clases carece de  una estrategia para superar la actual estructura de dominación

Somos revolucionarios, disidentes y feministas, porque queremos reapropiarnos del mundo de una vez y para siempre. Nuestra acción disidente sexual es una puerta que abrimos para ser llenada de contenido y que sea el pueblo, sin imposiciones, la que en sus prácticas cotidianas pueda lograr relacionarse en reciprocidad cuando construye política revolucionaria. Si queremos como revolucionarios apostar por construir una fuerza social con capacidad de disputa, debemos entender que la creación de poder popular, sin mediación de políticas institucionalizadas o institucionalizantes, resulta fundamental en la lucha contra el capital y el estado, así como en la generación de lazos solidarios entre género y entre clase.


[1]  Para mayor información leer el Articulo Anarquismo, liberación sexual y homofobia en http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/22329

 

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Escrito por Joaquín Romero

Estudiante de Derecho
Universidad de Chile
Militante de La Alzada y del Frente de Estudiantes Libertarios.